jueves, 14 de junio de 2012

Karski

Historia de un Estado clandestino, de Jan Karski. Relato autobiográfico de las experiencias de un miembro de la Resistencia polaca durante la ocupación alemana. Impactante. Al parecer, Polonia constituye un ejemplo único de ausencia de colaboración significativa con el pueblo invasor, hasta el punto de que los nazis tuvieron que renunciar a su inicial idea de instalar un gobierno títere, como habían hecho en otros países invadidos. Tuvieron que administrar Polonia directamente; prácticamente ningún polaco ocupó un cargo mínimamente importante en la administración, ni siquiera local. Además, la actitud del pueblo polaco puede calificarse de heróica. El orgullo, la resistencia y el patriotismo que mostró parecen no tener parangón en la historia del siglo XX.

Me ha llamado la atención, en la lectura del capítulo dedicado a los agentes de enlace de la Resistencia, la descripción del papel de las mujeres, mucho más trágico, si cabe, que el de los hombres, dentro de la situación general de miseria y terror. Al leer sobre esas mujeres, de cualquier edad y condición, que transmitían mensajes, visitaban en la clandestinidad a miembros de la organización ferozmente buscados por la Gestapo, repartían octavillas y distribuían la prensa clandestina, o la editaban directamente en prensas escondidas en los lugares más insospechados, esas mujeres que malvivían sin apenas comer y sin combustible para calentarse, y que a menudo tenían familiares a los que no podían desatender o perder de vista tan facilmente como lo hacían los hombres, y que, sin embargo, según el testimonio de Karski, llevaban a cabo su labor –peligrosa en una medida en que hoy, en mi mundo, no podemos ni imaginar- con una discreción y un sentido común que normalmente –y sigo parafraseando a Karski- superaba a los de estos, y con una retribución y un reconocimiento mucho menores, cuando leo sobre esas mujeres, digo, no puedo dejar de recordar, por contraste, al numeroso colectivo de mujeres que puebla La colmena, de Cela, novela que estoy trabajando con mis alumnos.

¿Reside únicamente en el punto de vista –el activo y heróico defensor de la libertad del pueblo polaco, por un lado, y el cáustico e ideológicamente ambiguo observador de la triste posguerra española, por otro- esta enorme, abismal diferencia entre el estatus moral del colectivo femenino en uno y otro contexto? Que conste que admiro sin reservas la obra de Cela, su maestría narrativa, su retrato impresionista de ese Madrid al que Sabina sabría atribuir los más certeros adjetivos, y que soy sensible a la innegable ternura que destilan no pocas líneas de esta tremenda novela. Sin embargo, aunque resulte pueril, no puedo dejar de preguntarme por qué las españolas, en una situación si bien en absoluto semejante a la polaca en cuanto a riesgo y amenaza constante, quizá sí en lo miserable tanto de las condiciones de vida como de los presupuestos éticos imperantes, se agarraban, como única tabla de salvación, a la denigrante prostitución y al humillante queridismo? ¿Por qué Cela no concede a las mujeres ni la más remota posibilidad de aspirar a una salida mínimamente digna de su marasmo vital? Sé que el mero planteamiento de la cuestión es simplista. Sé que de alguna manera estoy comparando lo que no ha de ser comparado: la narración de unos hechos históricos con el retrato impresionista de caracteres ficticios. No obstante, la pregunta viene a mí. ¿Existía en la Polonia de 1940 un poso o una tradición –cultural, moral o lo que fuere- que impulsaba a las personas a comportarse de manera digna y valerosa, poso o tradición que no existía en nuestro país o que había sido borrado por completo durante la Guerra Civil? ¿Estaban las polacas más emancipadas con respecto al hombre que las infelices españolas de posguerra? ¿Qué es, además de una perspectiva individual, lo que distancia tan brutalmente a Zofia Kossak, inspiradora intelectual de la Resistencia polaca, de Purita, Laurita, Victorita o incluso la menos devastada Nati Robles?

No hay comentarios:

Publicar un comentario