miércoles, 31 de mayo de 2017

Los zelmenianos, Moyshe Kulbak



Moyshe Kulbak, poeta, novelista y dramaturgo en lengua yiddish, fue ejecutado por Stalin en 1937. Poco antes había publicado su obra maestra, Zelmenyaner, aquí editada como Los zelmenianos

Se trata de un fresco tierno, divertido y lleno de melancolía de un mundo perdido -ya perdido para 1931, años antes del Holocausto-, un microcosmos representado en un patio de la ciudad bielorrusa de Minsk. El patio de Reb Zélmele (quien lo fundó allá por el año 1860) se repetía, intuimos, en cualquier ciudad o pueblo de la Rusia judía alcanzada por el ciclón de la Revolución y el vuelco que esta supuso en las vidas y la visión del mundo de estos cientos de miles de pobres y atareados judíos supersticiosos, dedicados a mil y un oficios artesanos y anclados a costumbres y tradiciones tan ancestrales como absurdas, al igual que sus viejos cacharros.

De todo hay en el patio de los zelmenianos: los que adoptan la nueva fe soviética a pies juntillas, y junto con la barba arrojan lejos de sí cuanto constituyó el mundo de sus padres, y aquellos que, aturdidos e incrédulos, demonizan la electricidad y el trabajo en cadena de las fábricas; los “bribones” konsomolianos, como Bere e incluso el tío Folie, y los zelmenianos puros, digamos. Encontramos en el patio relojeros, carpinteros, sastres, jóvenes intelectuales y liberadas, idealistas estudiantes de filosofía, matronas orgullosas de su linaje rabínico, matrimonios mixtos, ingeniosos inventores que hacen retumbar las cochambrosas paredes con las ondas de Berlín, Varsovia y Moscú, nevadas infinitas, rencillas sempiternas, intentos de suicidio que culminan en suicidio, recipientes para kosherizar alimentos, abuelas que se olvidan de morir, devotos ancianos judíos que se emborrachan a escondidas, mermelada para curar los males y patatas para existir.


La ingenuidad del relato nos hace sonreír, las reflexiones profundas y filosóficas se vierten en frases cortas y sencillas, siempre desde el punto de vista de los personajes. Kulbak, que está fuera y lo adivinamos dentro, narra como un zelmeniano más, y la honda ironía y el cariño de un huérfano por sus seres queridos desaparecidos nos elevan a un mundo de cuento, poblado por seres que levitan, como en los cuadros de Chagall.

No hay comentarios:

Publicar un comentario