Memorias de un historiador del Holocausto, Raoul Hilberg
Raul Hilberg (Viena,
2 de junio de 1926 - Williston, Vermont, 4 de agosto de 2007), autor de La
destrucción de los judíos europeos, obra cumbre de investigación sobre los
mecanismos burocráticos del exterminio nazi, escribió Politics of Memory:
The Journey of a Holocaust Historian en 2002, 5 años antes de su muerte.
En
su autobiografía, Hilberg, en un ejercicio de honestidad sin concesiones,
expone con rigor, ironía y tristeza las vicisitudes del proceso de redacción de
la obra que ocupó su vida entera, y de la recepción de esta a lo largo de
décadas en EEUU y Europa.
El
punto de partida es un breve e interesante relato de la génesis, o pregénesis,
si esto puede decirse, de la idea que le marcó para siempre (explicar y
describir los mecanismos burocráticos que hicieron posible a Alemania trascender
la práctica ancestral de perseguir y matar judíos para llegar a un plan de
exterminio absoluto y mecanizado de todos los judíos europeos). Así, Hilberg
narra su impresión infantil del Anschluss en su Viena natal, la suerte que
corrieron en los años 30 algunos de sus parientes cercanos, y la huida con sus
padres a través de La Rochelle a Cuba y después a EEUU, adonde llega con 13
años.
Así
pues, dicha idea, que germina en él en estos años de infancia, se convierte en
el único motor de su vida profesional y, a la vista del precio que tuvo que
pagar en lo personal, de su vida entera. Su vuelta a Europa como soldado en la
Segunda Guerra Mundial, su participación en juicios contra nazis y su labor en
el War Documentation Project y el United States Holocaust Memorial Council, le
facilitaron el acceso a los archivos del Tercer Reich incautados por el
ejército estadounidense, lo que encaminó su trabajo definitivamente. En 1955
publicó su tesis sobre el Holocausto. Más adelante y hasta su muerte,
compaginará la investigación con la docencia universitaria en el campo de las
Relaciones Internacionales.
La
primera edición de La destrucción de los judíos europeos salió en 1961. La
segunda, revisada y aumentada, en 1985. La recepción de sus investigaciones en
los años 50 no fue la que esperaba. El mundo no estaba preparado; tanto Europa
como América querían pasar página. Se quería olvidar sin haber sabido. Ni
siquiera la comunidad judía estadounidense se mostraba interesada en ir más allá,
hecho con el que chocaron las expectativas de Hilberg más que con ninguna otra
cosa. En el recién nacido estado de Israel, el sionismo, empeñado en la
creación de un hombre nuevo, fuerte y orgulloso, renegó del superviviente,
símbolo de la debilidad y el fracaso.
A
partir del juicio a Eichmann en 1961 y la publicación de los artículos de Hannah
Arendt publicados en el New Yorker y recogidos después bajo el título Eichmann
en Jerusalén, el interés y la polémica se avivaron. La filósofa alemana
despertó las iras de la comunidad judía con sus tesis sobre la banalidad del
mal y la responsabilidad de los consejos judíos en la aniquilación de su propio
pueblo. Hilberg, que no estaba de acuerdo en la primera (“no hay banalidad en este
mal”) sí afirma que los consejos “ayudaron” a que la maquinaria nazi llevara a
cabo su plan sin obstáculos. Sin embargo, la contextualización de esta tesis se
aleja de la exposición de Arendt, ya que profundiza en la praxis habitual de la
comunidad judía, que desde siempre ha llevado a cabo políticas de
“amoldamiento” en los diferentes países de asentamiento. Es decir, los consejos
no surgieron como una herramienta alemana, aunque pasaran a serlo, sino que representaban
a toda una comunidad en la que esta forma de reaccionar ante el peligro estaba
profundamente arraigada.
A
pesar de las diferencias, y de que jamás se trataron, las tesis de ambos se asimilaron,
atribuyeron a uno las palabras y opiniones de la otra y viceversa. Las críticas
les llovieron desde los mismos ángulos; les metieron en el mismo saco. Hannah
Arendt siempre citó La destrucción de los judíos europeos como una
fuente fundamental de sus ensayos. En su correspondencia personal con Karl
Jaspers, sin embargo, no fue en absoluto benevolente con Hilberg, al que
reprochaba no haberse puesto de su parte, además de tildarlo de “loco” y
“necio”. En cualquier caso, desde la amarga percepción del historiador, Arendt
era la estrella, la pensadora carismática, mientras que él era el humilde peón que
recopilaba los datos. La ausencia de notas al pie en los artículos de Arendt, expuesta
de forma directa y sin comentario alguno por Hilberg, basta como acusación.
Otro
hecho que destaca en las memorias de Raul Hilberg es el éxito de la segunda
edición de su obra en Europa. En Francia, por ejemplo, este éxito vino de la
mano de la proyección de la película Shoah, de Claude Lanzmann. Hilberg es el
único historiador que aparece en la película de 9 horas y media que constituye
un testimonio desnudo del Holocausto, sin tramas adicionales, imágenes de
archivo, música o cualquier otro elemento emotivo, basado únicamente en las
palabras de una serie de personajes (víctimas, verdugos, testigos) que,
enfocados en primer plano por la cámara de Lanzmann, responden a sus preguntas.
De alguna manera, historiador y cineasta compartían el punto de vista en torno
a lo que consideraban que debía ser el modo de transmisión del hecho del Holocausto.
Ambos parecen concentrarse (mediante la exhaustividad analítica o la
penetración sicológica a través de la mirada y la escucha) en el dato, el
rostro, la palabra. Añadir, ficcionar, cuando no se conocen los hechos, es
falsear, y los hechos, en este caso, son incontables, por lo que solo cabe
seguir mirando, escuchando, recopilando. Puede entenderse como un supremo gesto
de respeto.
La
publicación, en colaboración con Stanislaw Staron y Joseph Kermisz, del Diario
de Adam Czerniaków, constituyó un logro inigualable para Hilberg. El Yad
Vashem (Centro Mundial de Conmemoración de la Shoah) de Israel custodiaba
celosamente este documento escrito originariamente en polaco que ofrecía las
claves para la comprensión del papel de los presidentes de los consejos judíos en
los guetos europeos. El autor del diario, Adam Czerniaków, presidente del
Judenrat del gueto de Varsovia -el más grande del continente-, se suicidó en
1942 tras ordenar el primer transporte de judíos a Treblinka para su
“reubicación”. En sus páginas se revela la lucidez de quien ve venir la
catástrofe y la agonía insoportable de quien carga sobre sus espaldas con la
responsabilidad del más monstruoso de los crímenes: entregar a su gente a los
verdugos.
Dos
aspectos relacionados con Czerniaków llaman la atención de Hilberg. Por un
lado, este venerable líder de la mayor comunidad judía de Europa, eficiente en
sus funciones como tal y observador imparcial a la hora de describir lo que veía
y vivía, tuvo que vérselas, en sus numerosos tratos y negociaciones con los
alemanes, con una larga serie de insignificantes subordinados del aparato nazi
y apenas nunca con figuras de relevancia. ¿Podían los dirigentes nazis manejar sin
esfuerzo ni excesiva supervisión los hilos necesarios para el buen
funcionamiento de los guetos porque había una excelente organización de base
que lo garantizaba, a la cabeza de la cual se encontraban figuras como Adam
Czerniaków?
El
segundo aspecto es, simplemente, el humor. Parece que esta característica del líder
del gueto no pasaba desapercibida y, desde luego, impresionó a Hilberg.
Posiblemente sus bromas, tan judías por otra parte, le ayudaron a sobrevivir
hasta que la cuestión de la inmediata aniquilación se hizo insoslayable. En
cualquier caso, Hilberg reconoce implícitamente su identificación con
Czerniaków cuando reproduce las palabras que Lanzmann le dirige tras su
comentario acerca del diario y el personaje. “Eras Czerniaków”.
Raul
Hilberg dedicó su vida en cuerpo y alma a la investigación de las condiciones
que hicieron posible el Holocausto. ¿Algo que añadir? ¿Explicación, interpretación?
Es fácil hacerlo, tan fácil como escribir guiones enmarcados en la catástrofe.
¿Es lícito? ¿Podemos ir más allá? Hilberg no pudo, desde niño, soportar la idea
de que aquello que vio venir desde la ventana de su piso de Viena quedara acallado.
No pudo admitir que se pasara página, que el mundo siguiera girando sin explotar.
Y reaccionó entregándose a la construcción de este monumental legado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario